Los restos del naufragio quedaron esparcidos... o desaparecidos... o rotos

Una vez acabado el Stage de Teruel, bien daba uno por concluida la temporada. Había sido muy completa, probablemente la más intensa y satisfactoria de mis veintiún años como cicloturista. Después de todo, era un buen momento para descansar y pensar en compaginar la bicicleta de carretera con otros deportes durante unos meses.

La semana siguiente, salí desde Quart de les Valls para recoger a los Rodadores camino de Algar de Palancia. Íbamos a un ritmo frenético, camino de Torres Torres. En los repechos se rompió el grupo, y acabé agazapado junto a dos cracks de mucho nivel, llámense Pau y Fernando II. En este tipo de trazado, más cercano a las clásicas de primavera que a las etapas reinas de las grandes vueltas, he logrado desenvolverme con mucha destreza este año.

El almuerzo en Algar de Palancia fue digno de recordar. Salimos un grupo numeroso, incluido el pequeño de los Schleck, a quien hacía siglos que no veía por la peña. En el bar había fotografías de Alberto Contador, quien por lo visto frecuenta este lugar para tomarse un café en un pequeño impás durante sus entrenamientos en Valencia.

La anécdota desgraciada del día fue protagonizada por Julián. A la vuelta, por el Oronet, decidí dejarme llevar e ir de paseo, sobre todo en el descenso. Recuerdo bajar tranquilamente con Carol, mientras Julián y Alejandro nos pasaban con suma celeridad. Pese a ser unos auténticos especialistas, al menos comparados conmigo, quedó demostrado que el virtuosismo no exime de la fatalidad, y la mala suerte se cruzó con Julián, quien cayó en una de las últimas curvas del Oronet, muy cerca de Serra. Afortunadamente, no hubo daños mayores, y la cosa se limitó, como vulgarmente se dice, a chapa y pintura.

Mientras tanto, entre semana, comencé a correr por Puertollano. No quería hacer demasiado, tan sólo cinco kilómetros al día. Empecé despacio, martes y jueves, con tranquilidad. Las sensaciones fueron cada vez mejores. Día a día iba a mejorar mi registro a pasos agigantados... La cosa prometía.

El fin de semana siguiente, el del 22 de septiembre, tocó quedarse en casa. De vez en cuando, no está mal quedarse, aunque en esta ocasión no fuera precisamente algo premeditado. Logré escapar de otras obligaciones mucho menos agradables para salir un día en bicicleta, completando la ascensión al puerto de Mestanza por todas sus vertientes (Puertollano, Hinojosas de Calatrava y Mestanza). Una bonita ventana al Valle de Alcudia. Etapa clásica en mis salidas.

Entre semana, continué mejorando exponencialmente mis tiempos y mis sensaciones en la carrera a pie. Tanto es así, que al final del circuito, consciente de la sustancial mejora de tiempo lograda, uno se emocionaba y acababa creyéndose Fermín Cacho en la última recta del mil quinientos en Barcelona'92. Ni por asomo. Craso error.

Como no podía ser de otra manera, los excesos no podían ser buenos. Me pasé de vueltas. Fruto de no haber hecho las cosas con la cautela que se requiere, o fruto de haber forzado demasiado cuando no debía... acabé padeciendo una tendinitis en la rodilla izquierda que me iba a impedir hacer deporte durante un par de semanas. Fuera de temporada, sin más objetivos que alcanzar las cien ascensiones, cosa para la que todavía quedaba tiempo, decidí hacer caso a mi fisioterapeuta, quien tiene mano de santa, y opté por no acudir a la etapa del Castell de Cullera con Rodadores. ¡Qué raro se me hizo!

Así, sin más pena ni gloria, acabó un mes que había comenzado por todo lo alto en tierras turolenses.