31 de mayo. Hoy es uno de esos días marcados en mayúsculas y negrita en el calendario. Etapa reina. Probablemente una de las más espectaculares que se hayan vivido en los últimos años en la Comunidad Valenciana, sin mucho que envidiar a otras con colosos clásicos de la Vuelta. No recuerdo ninguna otra que me haya llenado tanto como ésta, salvo la vivida en junio de 2013 por Lucena del Cid y Mas de la Costa. En cualquier caso, eso es adelantar acontecimientos...

Iniciemos este relato agradeciendo a Julián Ramón su generosidad. Al igual que el amigo Sergio Tortajada en el Desierto de las Palmas, la Peña debe estar orgullosa de contar con gente que se sabe sacrificar para el disfrute del resto de compañeros, haciendo el servicio de coche escoba en un día en el que a todo el mundo le gusta participar y cuesta tomar esa decisión. Sí, señores, eso también es espíritu ciclista.

Precisamente con Julián he ido a La Drova. Me ha recogido en casa, lo cual también me ha venido muy bien por cuestiones logísticas. También Axel venía. Tres locos por las cumbres. De Julián he hablado mil veces aquí. Axel es relativamente nuevo, y se va abriendo paso poco a poco en el club. Cuando hablas con él es un verdadero placer. Es muy difícil encontrar a alguien de su edad que conozca tantos detalles de la Historia del Ciclismo, aunque en algunas apreciaciones podamos no estar de acuerdo. Su generación no suele conocer a Charly Gaul o a Vicente Trueba, igual que muchos no reconocerían a John Lennon o a Robert Plant en una fotografía. Por eso da gusto. A pesar de todo, hay cantera, hay futuro.

Hemos partido de La Drova, una pequeña urbanización cercana a Barx, a pie del Montdúver, al oeste de Gandía. En primer lugar, reseñar un pequeño homenaje a los participantes: Manuel García, Julián Hernández, Aurelio Molina, Francisco Giménez "Jimmy", Paco de Casa, Jesús Fuentes, David García, José Vicente García "Chevi", Paco Martínez, Toni Castro, Axel Peiró, Miguel Vila, José Aznar, David Delgado, Miguel Ángel Granero y, obviamente, el ya citado Julián Ramón y quien escribe. Quienes no han podido venir, o simplemente han decidido hacer cualquier otra cosa, no saben lo que se han perdido. Rutas como ésta son mucho más interesantes que el 90% de las marchas cicloturistas por las que, para colmo, pagamos.

Tras aparcar los vehículos, nos hemos adecentado y hemos aprovechado para rellenar agua en la fuente de La Drova, aparte de otros menesteres que es mejor no contar. La etapa ha partido con calma, en un tranquilo descenso en dirección a Gandía, algo similar con el Desierto de las Palmas y Benicàssim en el mes de abril; lo cual no deja de ser novedoso en el diseño de las excursiones. Inicio placentero y final en alto, como en el mismísimo Tour de Francia.

Ya en Gandía, nos hemos incorporado a la carretera nacional unos pocos kilómetros, con objeto de tomar enseguida el desvío hacia Villalonga por una carretera mucho menos transitada. Tramo tranquilo, con Chevi y un servidor dirigiendo el cotarro, marcando un ritmo llevadero para el grueso del grupo que permanecía unido entre risas y chascarrillos. Mucho de ellos, obviamente, proporcionados por David, nuestro ciclista dicharachero por antonomasia; pero buena parte de los mismos suscitados por Chevi, quien cada día viene con alguna sorpresa. Esta vez, con unas esposas que bien parecían sacadas de una despedida de soltera.

Pronto hemos llegado a Villalonga. Allí nos han cambiado las caras y el grupo se ha ido desgranando. Lógico. Sus números, como el de tantos otros puertos, son engañosos. 7.1 kilómetros al 6.4% pueden dar lugar a confusión. Rampas al 21%, kilómetros con medias del 11%... eso ya da otra imagen del coloso al que nos estábamos enfrentando. Uno de los puertos más exigentes de la Comunidad Valenciana, sin duda. Haría estragos en una hipotética etapa de la Vuelta.

Se trata de un puerto completísimo, que discurre bordeando un circo glaciar, con rampas que te azotan, pero también con otras algo más benevolentes. Con muros casi imposibles hormigonados, con badenes inundables en plena ascensión, con hogares de nombres tan curiosos como "La Casa de Tarzán" y, sobre todo, con unas vistas increíbles de una serie de montañas que emergen de manera increíble desde la costa mediterránea.

He subido a mi ritmo. Ni demasiado rápido, ni demasiado lento. Convenía guardar, porque la exigencia de la etapa no era pecata minuta y, sobre todo, si el final del Montdúver iba a ser muy duro para cualquiera, no lo iba a ser menos para mí, afectado aún por la alergia.

En un grupo intermedio, si es que al rosario de corredores luchando por mantenerse en pie se puede atribuir este nombre, he rodado acompañado de Axel y Jesús en primer lugar, y más tarde también de Chevi, Toni y David. De entre las fotografías tomadas por Julián, algunas reflejan perfectamente la dureza de este puerto. Pocas de una manera tan explícita como en la que figuran buena parte de mis compañeros de ascensión.

El puerto acaba en una recta. Es complicado definir exactamente dónde. Nos hemos parado y hemos aprovechado para descansar y comentar la subida mientras esperábamos al resto de compañeros. Más tarde, hemos recibido la noticia de la caída de Miguel. Por lo visto, en una de las rampas duras no se ha bajado a tiempo y ha probado el asfalto... Por suerte no ha sido nada grave. Para cosas como ésta se agradece contar con el apoyo del coche de Julián Ramón, con el botiquín de la Peña, y con un Julián Hernández siempre dispuesto a ayudar. Vale para un roto y para un descosido. Tan pronto es tuno, como camarero... o, en este caso, médico. Ni Mortadelo tiene tantas personalidades distintas.

Por suerte, Miguel, otro joven gran amante del buen ciclismo, ha podido continuar la etapa. 

El descenso hacia L'Orxa es sencillamente espectacular. De los más bonitos que recuerdo. Un lujo para los sentidos. Eso sí, conviene hacerlo con cuidado, ya que la carretera es estrecha.

Ya en L'Orxa, hemos realizado una ruta turística por las calles del pueblo, dado que quien escribe es de memoria frágil y ésta me ha vuelto a fallar. Este sector de la etapa sólo lo había hecho en coche, el mismo día que más tarde fui en bicicleta al Tossal dels Diners y La Garga. En cualquier caso, alguno lo ha agradecido para tomar un respiro antes de afrontar los kilómetros hacia el Embalse de Beniarrés. Otra vez juntos, comentando el reto que acabábamos de superar, y Chevi de vez en cuando mostrando sus esposas.

Desde el embalse, hemos iniciado la ascensión a Margarida. Otro puerto engañoso en sus números. 9.8 kilómetros al 3.0% de pendiente media... con un inicio demoledor, con rampas al 17% y un tramo de 800 metros a más del 12% de pendiente media. Bien es cierto que los últimos kilómetros son más llevaderos, en los cuales Paco Martínez y Jimmy nos han deleitado de una exhibición digna de Coppi/Bartali, Bahamontes/Loroño, Merckx/Ocaña, Delgado/Herrera o Contador/Froome, sin ir más lejos.

Desde Margarida, hemos iniciado el descenso que, transitando entre los pequeños pueblecitos de la Vall de Gallinera, nos iba a conducir hacia Pego, entre numerosos anuncios y pancartas por doquier de la Feria de la Cereza, a celebrar el siguiente fin de semana. Tramo para disfrutar de un merecido descanso antes de subir Ebo para tomar más tarde un refrigerio en Pego y finalizar la etapa en La Drova (algunos) y el Montdúver (los más valientes); cosa que les contaré en el próximo capítulo.