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Viaje a los Alpes: el cumplimiento de un sueño. (7ª parte)

26 - Noviembre - 2012 en cicloturismo

Crónica de la ascensión a Deux Alpes y fin del viaje.


Una vez coronado el Col du Galibier, se habían colmado nuestras máximas aspiraciones. ¿Qué más podíamos hacer? En tan sólo tres días habíamos llegado a lo más alto de cumbres tan míticas como el Mont Ventoux, la Croix de Fer, y Alpe d'Huez. Mientras ascendíamos el Lautaret, camino del Galibier, anduve convenciendo a mis compañeros de buscar una nueva aventura. Nos daba tiempo, y todavía teníamos algunas fuerzas. Pese a mi insistencia, sólo alguno parecía planteárselo.

 

Tras disfrutar los momentos de mayor gloria del viaje en la cima de la montaña que encumbró a Marco Pantani como mito del ciclismo, y hacernos fotos incluso con nuestros amigos gallegos del día anterior, nuestros ángeles de la guarda en la Croix de Fer: los hombres del Club Ciclista Traviesas; nos decidimos a descender hacia un lugar llamado Tierra.

 

Cuando bajas un puerto de semejante categoría, te das cuenta de cuán grande es la hazaña que has logrado. Descendí lentamente en compañía de Pere, Rober y Miguel Ángel. Había que tratar de guardar en la retina las joyas en forma de imágenes que nos proporcionaba el paisaje, intentando inmortalizar cada momento en nuestras mentes y adherirlo a nuestros poros para que permanezca en nuestro espíritu de por vida.

 

Miguel Ángel entró a comprar un recuerdo en una tienda que había junto a un túnel larguísimo que dejábamos atrás. Pere y yo nos detuvimos en el monumento a Henri Desgrange, conocido por haber fundado el Tour de Francia en 1903.

 

Poco después realizamos una nueva parada. Resulta que el mundo es un pañuelo, y en una curva volvimos a ver el famoso autobús de los gallegos. Esta vez hacía un tiempo espléndido. No era necesario que nos rescataran. Vimos a sus mujeres y a algún veterano que había preferido tener un día más calmado sin darle a los pedales. Nos gritaron "Rodadores" con un acento gallego que resultaba muy gracioso. Espero que les volvamos a ver en otra ocasión. Son muy buena gente.

 

Con la calma que nos caracteriza en estas situaciones, después de comprobar que unas chicas muy monas subían en sentido inverso con bicicletas cargadas de mochilas y sacos de dormir, llegamos al punto intermedio de lo que antes había sido la ascensión: el Col du Lautaret.

 

Allí estaban esperándonos el resto de compañeros. De nuevo todos juntos: José Luis, Cacaíto, Toni, Miguel Ángel, Pere, Rober y yo. Nos sentamos para comer en una mesa, cortesía de un puesto que había en la cima. ¿Adivináis cuál? Obvio: el mismo en el que antes habíamos comprado el agua. Siempre nos quedará la duda de si la abuela dependienta reconoció o no a Miguel Ángel cuando se acercó a pedirle unos dulces. El caso es que todo estaba riquísimo, tanto los dulces como un salchichón de cabra que me tenía loco. Tanto como mis compañeros, que se acabaron convenciendo de la bondad de la última propuesta. Sí, íbamos a Deux Alpes.

 

Miguel Ángel había aprendido la lección. Aunque estuviéramos en pleno mes de agosto, a más de 2000 metros de altitud y en plenos Alpes, puede hacer frío. Sobre todo cuando se baja un puerto. A falta de ropa de abrigo en condiciones, se atrevió a lucir un chubasquero rosa de dimensiones tales que habrían podido cubrir de la lluvia a un oso pardo. Para colmo, de color rosa. En cualquier caso, a falta de pan, buenas son tortas; y nuestro compañero anduvo caliente aunque apenas si éramos capaces de disimular la sonrisa el resto de la gente.

 

Cuando llegamos al pie de puerto, era momento de decidir quiénes íbamos a ascender definitivamente a Deux Alpes. Rober lo tenía muy claro. Ya había pedaleado suficiente. Costó Dios y ayuda convencer a Pere. Mereció la pena. El resto, ya estaban prácticamente dispuestos a afrontar el último puerto de la aventura.

 

Así pues, Rober se marchó camino de Bourg d'Oisans, con las llaves de nuestra Mercedes Sprinter, y se echó una buena siesta en la parte trasera de la furgoneta, mientras el resto de expedicionarios sudábamos como gorrinos. Un tipo inteligente.

 

Pese a ser menos conocido que el resto de puertos de la aventura, Deux Alpes es un puerto de mucha entidad. Para entendernos, es algo así como una versión reducida de Alpe d'Huez. Sus cerca de nueve kilómetros a porcentajes apreciables no resultan nada desdeñables. Sus curvas y la señalización de las mismas no hacen sino recordar al hermano mayor, situado a muy pocos kilómetros. El perfecto estado del asfalto convierte esta ascensión en una experiencia muy agradable. Fue un acierto total.

 

Aquí ya no había fuerzas que guardar. Decidí probarme y no reservarme como en otros puertos, aunque siempre reservando ese pequeño extra para disfrutar realmente del puerto de montaña. De lo contrario, se podría haber convertido en un calvario. Ni con ésas. Toni y Cacaíto estaban más frescos. Me mantuve a 100 metros de la pareja de cracks durante un buen rato. Sabía que con mi punta de velocidad eso no debía ser problema para darles un susto en el último kilómetro. Y ahí rodaba yo relativamente tranquilo, dispuesto a destapar el tarro de las esencias a falta de dos kilómetros, en compañía de Miguel Ángel... hasta que Toni decidió atacar por delante y un servidor, con el esfuerzo de la Croix de Fer del día anterior entre pecho y espalda, vio claramente que el tarro debía quedarse cerrado por esta vez. ¡Era imposible alcanzar a Toni! Mientras, Miguel Ángel seguía hacía delante. Fue una de las imágenes con las que me quedo de todo el viaje. Yo rezagándome con cierta tranquilidad, y él dando el 200% de sus posibilidades, con la respiración de un jabalí en celo y autoanimándose para continuar. Me preocupé por él. Incluso se lo dije. Me estaba imaginando recogiéndolo en la cuneta víctima de algún mal. Tanto esfuerzo no puede ser bueno.

 

Por suerte para él... y para mí que le habría tenido que recoger... Miguel Ángel es un tipo acostumbrado a los retos físicos. Debo decir que un mes antes, cuando le conocí, no habría imaginado ni por asomo que fuera capaz de rendir tan bien y tan pronto. Tampoco lo habría hecho tan sólo un par de días antes en el Mont Ventoux. Ese día, con unas espléndidas ascensiones al Galibier y a Deux Alpes, Miguel Ángel mostró sus credenciales para ser un gran escalador. Desde aquí, mis más sinceras felicitaciones. Es muy difícil consegur tanto en tan poco tiempo. Para eso hay que valer, y tener la valentía suficiente como para embarcarse en unas aventuras aparentemente imposibles.

 

Ya en la cima, se llegaba a una estación de esquí con una rampa casi interminable. Nos reagrupamos todos y nos hicimos la foto de rigor. ¡Objetivo cumplido!

 

 

 

En el descenso, Toni pinchó la rueda trasera. Para una vez que se cambia los vetustos tubulares por las cámaras convencionales... Mantuvimos preocupados un rato a la pareja de murcianos, quienes no sabían nada de lo sucedido y nos esperaban a pie de puerto. Solucionado el pequeño contratiempo, nos unimos todos de nuevo y completamos los últimos kilómetros favorables hasta el aparcamiento de Bourg d'Oisans.

 

Allí estaba Rober; feliz, relajado y descansado. ¡Como debe ser! Cargamos las bicicletas en la furgoneta y volvimos a Alpe d'Huez. Tras devolver la Scott alquilada de Miguel Ángel, nos fuimos al hotel. ¡Al fin con mi padre! Fuimos a comprar un maillot de recuerdo de Alpe d'Huez con un toque retro, el cual había encargado el día anterior. El vendedor era fan de Andy Schleck, quien había inaugurado una tienda de una conocida marca, justo enfrente del bar donde me vendían el maillot. En una conversación un tanto políglota, a medio camino entre el castellano, el italiano y el francés; convenimos que él debía mantener su admiración por el luxemburgués, pero aquí uno es fiel a un madrileño de Pinto.

 

Cenamos juntos en un restaurante muy agradable al otro lado de la estación de esquí, cercano a la iglesia y al centro de deportes. Fue un colofón perfecto a unos días simplemente perfectos.

 

El día siguiente, madrugamos lo suficiente para asegurar que íbamos a llegar a devolver la Mercedes Sprinter dentro de horario en la oficina de Tarragona. Largo viaje, en su mayoría acompañado por José Luis y por mi padre en la furgoneta. Paramos a almorzar en una estación de servicio francesa, y a comer ya pasada la frontera española.

 

A la entrada de Tarragona había un pequeño incendio. Por suerte, no fue a mayores. ¡Vaya verano!

 

Una vez devuelta la furgoneta, nos redistribuímos y acabé en el coche de Toni. Escuchamos por la radio cómo España conseguía medallas en taekwondo. Las retransmisiones radiofónicas de este deporte son muy graciosas. Comentan las virtudes de los púgiles de manera muy educada para finalmente acabar gritando "¡patada en la cara!" como posesos, aludiendo a testiculinas y demás atributos del auténtico macho ibérico. Sinceramente estaba mucho más interesado en la victoria del baloncesto, precisamente frente a la selección francesa. Indignados por el puñetazo de Batum a Juan Carlos Navarro, acabamo contentos por la victoria. ¡Ya estábamos en semifinales!

 

Y así, entre unas cosas y otras, nos plantamos en Valencia. Las montañas que normalmente ascendemos parecían pequeñas colinas... y la plaza de San Roque más bien se asemejaba a la Puerta del Sol o al Ayuntamiento de una ciudad donde los deportistas celebran sus victorias. Volvimos como héroes, con la satisfacción por las nubes.

 

Nunca había imaginado poder hacer esto. Fue muy grande. Enorme. Por suerte, parece que a partir de ahora esto será habitual. Nada de lo que hasta ahora había hecho en bicicleta es comparable a esta aventura. Muchísimas gracias a todos los compañeros que asistieron. Entre todos, conseguimos hacer de estos días un viaje inolvidable y una experiencia que quedará grabada en nuestra memoria de por vida.

 


Última actualización 29/11/2012 21:42:02


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