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Viaje a Dolomitas 2014

Increíble viaje a los dolomitas por los miembros de la peña con el fin de participar en la Maratona.

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Viaje a Dolomitas 2014: la fascinación por lo indescriptible. (6ª parte)

8 - Febrero - 2015 en cicloturismo

Última parte de la Maratona dles Dolomites.


La llegada de Michelangelo ha supuesto un auténtico bálsamo. Sinceramente, me había hecho a la idea de acabar solo, tras perderle de vista en Gardena. Afortunadamente, puedo disfrutar de la compañía de mi gran amigo, lo cual promete disponer de ayuda, conversación y buena dosis de moral.

Campolongo, otrora masificado, está mucho más despejado para el participante. Se disfruta mucho más de esta manera. Sorprendentemente, continúa habiendo aficionados en las cunetas. Esto es grandioso. Unos mexicanos detectan que somos castellanoparlantes como ellos y nos propinan una calurosa ovación. El tiempo, dicho sea de paso, nos sigue respetando, pese a las predicciones meteorológicas del día anterior.

Una vez alcanzada la cima, cómo no, paramos de nuevo en el avituallamiento. No tenemos ninguna prisa. Hemos venido a pasarlo bien, a guardar cada segundo en el baúl de nuestros mejores recuerdos. Pronto deberemos tomar la decisión. ¿Versión larga o versión intermedia de la marcha? La corta ya la hemos dejado atrás. Digamos que la Maratona es una especie de ocho alrededor de Corvara Alta Badia. No exactamente eso, pero permítanme la simplificación. El primer círculo se ha cerrado con la marcha corta. El segundo puede ser más o menos grande según ascendamos o no el Passo Giau o no. A Valparola, en cualquier caso, se llega igualmente, aunque cada versión lo haga por una vertiente diferente. El final, con el tremendo Mür dl Giatt, es similar en ambos casos.

Un servidor, obviamente, tiene sus dudas. Recordemos que vengo de un mes de junio marcado por los problemas de salud. Bastante hice con acabar la Irati Xtrem en aquellas condiciones. Para colmo, la falta de entrenamiento de las últimas semanas, a partir de la estancia en Navarra, y la debilidad posterior como consecuencia de mi estado, han hecho que venga a Dolomitas totalmente despreocupado. Cada kilómetro que haga es un regalo. Hace tres semanas, en aquella habitación de Ochagavía, dudaba de mi participación en la Irati Xtrem y, a su vez, daba por sentado que no podría acudir a la tan deseada cita italiana. Empero, el recuerdo de las Quebrantahuesos del diluvio y de la única biela me hacen ser tan insensato de dudar y plantearme subir el Passo Giau.

Una vez en Arabba, no tomamos el desvío hacia el Passo Pordoi, sino que continuamos en dirección a Andraz, por un terreno generalmente favorable. El tramo alrededor de Pieve di Livinallongo tiene algún pequeño repecho que me hace bajar a la tierra. Vicente, te estás pasando, bastante haces con estar aquí, pienso en mis adentros. Compartimos kilómetros con dos catalanes: Anna y un chico cuyo nombre no recuerdo, pero sí que era del C.C. Santfeliuenc, como tantos otros de una gran expedición.

Llega el momento y, qué narices, Miguel Ángel, voy a la larga, le digo. El recuerdo de la biela me ha vuelto loco. Él, sin embargo, no se sorprende en absoluto, conocedor de mi testiculina como es. Sin embargo, la realidad me devuelve la cordura en unos pocos minutos. Al llegar al cruce que separa la ruta larga de la intermedia, nos acaban de cerrar el paso a la larga. A mí me da igual. Sigo adelante, camino de Valparola, pero Miguel Ángel se detiene a hablar con el director. Desconocíamos el límite de tiempo. No lo hemos visto en la web, y al recoger el dorsal el mismo sábado, no disponíamos de la información de la prueba escrita donde se detallaba esto hasta ahora. En otro caso, tal vez nos habríamos planteado tomarnos menos descansos y emplear menos tiempo inmortalizando los paisajes a razón de fotografías. Tampoco habría esperado a Miguel Ángel tanto tiempo en Gardena. Si venía por detrás, ya me alcanzaría, habría pensado. Pero, ya digo, a mí me daba igual. Si quisiera demostrar algo a alguien, ya lo había hecho. Si quisiera, llegaríamos en una posición razonable, algo que unas horas más tarde se vería con la llegada de Miguel Ángel por delante de muchos de los de la opción larga.

Sin embargo, el director nos obliga a entregar los dorsales si nos vamos hacia el Passo Giau. Si no conocíamos las normas no es culpa suya. Probablemente no le falte razón al hombre, y tratar de convencerles resulta bastante absurdo. El jefe es el jefe. Miguel Ángel le entrega el dorsal y continúa por el Passo Giau. En mi caso, prefiero seguir la estela de los cientos de ciclistas que se dirigen a Valparola directamente. El sillín ha aguantado hasta ahora, pero... ¿y si tengo un problema mecánico serio, cómo voy a llegar a Corvara Alta Badia? Por mucho que me hayan garantizado que puedo llegar a meta, no sé si estoy arriesgando la integridad del cuadro. De hecho, minimizo el tiempo de apoyo de mis posaderas en el sillín durante toda la marcha (al revés de la Irati Xtrem). Una vez valorados los pros y los contras, continúo la marcha por la ruta entonces oficial.

Passo Valparola: 11.8 kilómetros al 6.7% de pendiente media y 15% de pendiente máxima. Cerca de la cumbre, se encuentra el Passo di Falzarego, donde se cruzan los destinos de las rutas larga e intermedia. Desde mi desconocimiento, descubro una montaña fabulosa, en la que pasaron los mismísimos Fausto Coppi y Gino Bartali en el Giro de Italia de 1946. ¿Hay algo más grande? Por regla general, se trata de un puerto muy constante, generalmente con rampas del 7%. Sorprendemente, el parón me ha sentado mejor que nunca. De repente, veo que la meta está cerca y me motivo de una manera descomunal. Cojo mi ritmo y, sin hacer aparentes excesos, pedaleo con suma facilidad. Estoy que no me lo creo. Discurro por los primeros seis kilómetros de puerto sobrepasando a cientos y cientos de ciclistas sin apenas despeinarme. ¿Pero qué es esto? El espíritu de la biela se ha apoderado de mí y me ha hecho subir como cuando era adolescente pero con el fondo físico actual. A-lu-ci-nan-te.

A pocos kilómetros del Passo di Falzarego veo un ciclista inglés (en el dorsal está dibujada la bandera y escrito el nombre de cada participante). Para colmo, viste de negro con letras blancas. Yo, con mi casaca amarilla y azul de Rodadores, la cual parecen haber copiado los de Saxo Bank. Quizá sea por el entorno, o por el "allá cuidaos" que dirían en tierras riojanas en situaciones en las que ya no te queda nada que perder como ésta, juego a ser Contador y, en este caso, Froome (el inglés) parece picarse igualmente. ¡Y eso que no le digo nada! El sentimiento es recíproco, y realizamos un silencioso pacto de caballeros. ¿Quién llegará antes a la cima? ¿El español o el inglés?

Poco a poco se acaba la gasolina, pero aguanto lo suficiente con el poco combustible que me queda. A Froome le pasa lo mismo, por lo que le mantengo a cien metros continuamente. Hasta el Passo di Falzarego, nos dejamos llevar por el ritmo del resto de ciclistas. Mi exhibición ha acabado. Ya no parezco Marco Pantani remontando a todos sus adversarios tras un pinchazo. Ahora soy uno más.

Tras el cruce con el Passo di Falzarego, donde todavía se conservan vestigios de la primera guerra mundial, afronto el último tramo hasta el Passo Valparola a duras penas. El viento de cara hace todo mucho más complicado, y bastante tengo con matenerme en pie. A todo esto, Froome se ha quedado definitivamente atrás. Llego cegado a la cima. Sé que es uno de los grandes momentos de la marcha, el último gran puerto. Lo corono con suma alegría, pese a las penurias finales. ¡Vamos!, grito. El gesto del brazo casi golpeando el manillar repetidamente es signo inequívoco de la alegría que siento.

El descenso del Passo Valparola hacia La Villa es sencillamente mágico. Rodeado de ciclistas de todas las nacionalidades imaginables: italianos, belgas, franceses, australianos, canadienses, kazajos... Parezco inmerso en una escapada multinacional en pleno Tour de Francia, Giro de Italia o Campeonato del Mundo. En las travesías de Pontero Sarè y San Cassiano la gente se agolpa en la cuneta para aplaudir enfervorizadamente a los ciclistas. Y nosotros, mientras tanto, radiantes de felicidad.

Aprovecho para descansar y comer, si bien también para extremar las precauciones, puesto que la lluvia ha hecho su aparición. Los demás son más precavidos todavía, así que voy adelantando sin querer en el descenso a decenas de ciclistas.

Ya en La Villa, llega el gran momento: la ascensión al Mür dl Giatt, un muro a la usanza de las clásicas belgas, con rampas del 19% que en este momento parecen gigantes dispuestos a aplastarnos aprovechando nuestra debilidad. No exagero si digo que hay miles de personas a ambos lados. Apenas dejan paso a los participantes. Todos vamos tocados. Hay que subir con cuidado. Entre el griterío y los aplausos del público, subo como los ángeles. Este tipo de ascensiones que requieren de fuerza y explosividad se me suele dar bastante bien.

La imagen es de lo más curiosa. Muchos ciclistas optan por bajarse de la bicicleta, desplazándose cívicamente a un lado. Mientras tanto, voy adelantándoles, o siguiendo la estela de algún valiente que opta por continuar dando chepazos hasta arriba. Yo prefiero no pensar en otra cosa que subir con todas mis fuerzas. Quiero dedicar esta marcha a mi mujer y a mi hijo, y no quiero echar pie a tierra en el muro por nada del mundo. Pienso en las múltiples ascensiones que este año he hecho al Povitxol. Se echarán las manos a la cabeza cuando lean esto. Después de coronar puertos de mucha envergadura a lo largo del año, evoco al pequeño Povitxol para motivarme. La vida es así.

A poco del final, un tiffosi me indica que sólo quedan cien metros. Me acuerdo de los vascos a pie de la Hoz de Jaca en la Quebrantahuesos, que habitualmente mentían para animar y no me la colaban nunca porque conocía perfectamente el recorrido. Desconfiado por los antecedentes en tierras oscenses, y en tantos otros lugares, alzo la mirada como buenamente puedo y, no sin sorprenderme, compruebo que esta vez el italiano era sincero. Eso me anima y, aplicando mi teoría en estos casos de que lo bueno, si breve, dos veces bueno, lanzo un sprint implacable hasta el final del Mür dl Giatt. El gesto desata la locura de los aficionados, acostumbrados a ver a todos los ciclistas retorciéndose. Por mi parte, el valor emocional de esta subida es tremendo. En Ochagavía todo esto parecía imposible. Hace años, también. Estoy a punto de cumplir un sueño y tenía muy buenas razones para hacer la dedicatoria de mi vida. Tal es la intensidad emocional del momento que rompo a llorar de felicidad; algo similar a la Quebrantahuesos que hice en su mayor parte con una sola biela, puesto que estuve así prácticamente los últimos cinco kilómetros.

No obstante, decido disimular un poco al llegar a Corvara Alta Badia. Me descuelgo del grupo en el que iba a propósito, con objeto de poder lanzar mi dedicatoria lo más tranquilamente posible, ante el clamor de los aficionados que permanecen en la línea de meta. Simulo un chupete, me toco la tripita, besos al Cielo... ¡Va por ti, hijo!

Destino los siguientes minutos a disfrutar del momento, a degustar la enorme satisfacción. Pienso en mi familia, en los que están, y en los que ya sólo en mi pensamiento. Pienso también en mis mejores compañeros de Rodadores. Hace años empezamos a traspasar fronteras unos cuantos. Ahora, hay quien piensa que es lo normal, pero sin Diego y Moiso acompañando a este loco que escribe quizá no habría sido lo mismo. En el momento de escribir esta crónica estoy leyendo la biografía de Mariano Cañardo, pionero en muchos aspectos en el ciclismo español. Salvando las distancias, evidentemente, me siento un poco de aquella manera. Para alguien que ama a su club, es un honor tremendo ser el primero en lucir su equipación en un evento de semejante magnitud.







Mi padre sigue haciendo turismo, ya que le hemos dicho que llegaríamos bastante más tarde. Me da tiempo a recorrer todos los lugares habidos y por haber. Mientras recojo los regalos, veo una chica llorando por la caída de su novio, magullado con heridas de guerra. Como no sé alemán, aprovecho para practicar un poco de inglés y decirle que no se preocupe. Al fin y al cabo, él está bien y lo más importante está en su barriguita, puesto que la muchacha también está embarazada. Al menos, consigo sacarles una sonrisa.

Corvara Alta Badia es una fiesta. Capital mundial del cicloturismo. A años luz de cualquier cosa que podamos imaginar en España. Mientras tanto, allí aparece, sin el dorsal que en estos momentos debe tener el director de la prueba, Miguel Ángel Granero, genio y figura, dispuesto a traspasar la línea de meta. Un placer haber compartido con usted una de las aventuras más apasionantes de mi vida.







Última actualización 11/02/2015 17:55:47

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