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Rutas históricas por la Comunidad de Madrid

3 - Febrero - 2012 

El fin de semana en Madrid no sólo deparó un maravilloso concierto de los Arctic Monkeys. Mi Ghost me acompañó en dos bellas rutas por El Pardo y Abantos.


Definitivamente, el cicloturismo es genial. Quedaron atrás los años en que algún veterano barbudo me sugería que tenía la fisonomía de Eddy Merckx. Iba a ser que no… El tiempo lo ha puesto de manifiesto. La a veces no tan discreta barriguilla y cierta pereza para realizar un entrenamiento realmente serio me han separado, afortunadamente, de la sensación de tremendo disgusto al comprobar que aquel vejete estaba equivocado. Lo mejor es asumirlo desde el principio: "niño, eres un paquete" y, a partir de ahí, disfrutar como un enano. Y así ha ocurrido este fin de semana.

 

El viernes llegamos justos de tiempo a Madrid, directos al Palacio de los Deportes, con mi Ghost guardada sigilosamente en el maletero del coche. Los Arctic Monkeys merecían ese pequeño riesgo. Tras la actuación de Miles Kane como telonero, un artista muy correcto, pero bastante más previsible, Alex Turner y los suyos ofrecieron un directo repleto de auténtico rok’n’roll. Los monos árticos son sinónimo de elegancia, de atrevimiento, de desparpajo, de respeto a los clásicos, y de apuesta por la modernidad. Así me gustan las bandas de rock. Quizás por eso, ésas son las cualidades que uno trata de buscar en su peña ciclista.

 

Después de la tralla que llevo padeciendo entre semana, el sábado me apetecía descansar como Dios manda. ¿Qué significa eso? Simplemente, dormir sin despertador. Fijaos con qué poco soy feliz últimamente.

 

Así pues, el sábado amanecí cuando me dio la gana. Para entonces, imaginaba que los Rodadores ya estarían transitando por El Saler, camino de La Bola de Cullera. Se me hace rara esa extraña sensación de estar descansando el día D y la hora H. Sin embargo, la climatología en Valencia no parecía acompañar, o al menos eso dicen. De este modo, mi corta etapa con bicicleta de montaña por El Pardo pasaba a ser la más dura de la jornada.

 

Me acerqué en coche a El Pardo. Implicaciones históricas aparte, El Pardo es un lugar precioso, donde en alguna ocasión he llegado a plantearme vivir. De hecho, si hace unos años mi destino hubiera sido Madrid, era una de las primeras opciones como lugar de residencia. A sólo siete kilómetros de la capital, no se respira para nada el ambiente nervioso y frenético de los paisanos del oso y el madroño. A la ribera del Manzanares, El Pardo se erige como un pequeño pueblo que preside su Monte, pudiendo presumir de su acogedora naturaleza y de la elegancia de su arquitectura.

 

Hacía tiempo que no iba por allí. Además, nunca lo había hecho en bicicleta. Por esta vez, decidí modificar mis rutas habituales por Madrid, con objeto de ir innovando también en mi calendario personal. Rutas nuevas, sinónimo de nuevas aventuras.

 

Aparqué cerca de uno de esos magníficos restaurantes donde uno ha degustado más de un clásico menú castizo, comenzando habitualmente por dos de mis primeros platos favoritos: judiones o sopa castellana. Pero no, no era momento para engullir nada de eso, ni tampoco ningún chuletón…

 

Más bien había que hacer hambre, y para ello iba a hacer una "etapa bocadillo". ¿Cómo? Simplemente, se trata de una ruta en la que el principio y el final se repiten, a modo de rebanadas de pan. En este caso, no había migas ni corteza, sino una interesantísima ascensión al Cristo del Pardo. Como sabéis, me encantan las colinas, son ideales para entrenar en esta época del año, y ésta satisfizo plenamente todas mis expectativas.

 

El resto de la etapa, el equivalente a la mezcla del bocata, consistió en un paseo por el monte, entre caminos, pistas y sendas varias. El ambiente recordaba a algunas escenas de las series televisivas españolas policíacas o de misterio. Cuando se rompía la soledad del corredor de fondo en medio de la arboleda, esto solía ocurrir por la presencia de algún otro mountain biker, o bien de algún paseante acompañado de una pequeña manada de perros (o viceversa). Por suerte, no tuve la experiencia de interrumpir a ninguna parejita en todo lo suyo, lo cual tampoco habría sido nada extraño.

 

Lo curioso de los perros es que muchos de ellos van corriendo junto a sus amos… así, en plan "¡locurón, locurón! ¡voy a salir a correr con mi Lucho!"… Pues bien, los hay quienes son unos amos con pinta de Fermín Cacho venido a menos, que traen a los canes por la calle de la amargura. ¡No sean crueles! ¡Con lo felices que son los animalitos comprobando el olor del trasero de sus congéneres!...

 

Pero también existe el caso contrario, cada vez más extendido, de perros que literalmente sacan a pasear a los amos. Animalitos en perfecta condición física, acompasando perfectamente la respiración, tirando fuerte de la cuerda que apenas sí puede sujetar su dueño, que va de machito, con las mallas de correr, y ropa tan ajustada que no puede sino aflorar esa enorme panza sobre la que caen gotas y gotas de saliva y sudor. Lo dicho, entre los piensos para perros que parecen barritas energéticas y las comidas basura de los dueños, dentro de nada veo a Lucho tomando bebida isotónica y a Sancho (por lo de Panza) pegando lametones en cualquier abrevadero.

 

Por si alguno lo dudaba, tras tanto sacrificio, no pudo uno hacer otra cosa que evadir cualquier dieta de ciclista de medio pelo, para adentrarse en el maravilloso mundo de las tapas y raciones del Bar El Porrón, ya en Madrid. Y no, no iba a faltar ninguno de los vicios confesables, porque el consumismo musical me condujo a seguir completando mi colección, esta vez con reediciones de los Beatles y Bruce Springsteen, y una apuesta por un grupo nacional relativamente novel: Marcus Doo and the Secret Family.

 

Ya que estamos tan sumamente culinarios, no puedo hacer otra cosa que denominar la etapa del domingo como "el plato fuerte". Desde el stage que hicimos unos cuantos Rodadores allá por el mes de septiembre, en Rascafría, no disfrutaba tanto encima de la bicicleta.

 

Acudí también en coche, esta vez a San Lorenzo del Escorial. En Radio 3 había un programa para niños pequeños, y uno que anda ya crecidito, decidió cambiar a una radiofórmula estándar, que de vez en cuando van muy bien para conducir. Sí, confieso que yo también canturreo con alguna de Lady Ga Ga, aunque no dé el perfil. Pues bien, todo indicó que el día iba a salir perfecto cuando… ¡zas! ¡Nirvana! Tan bueno como inesperado.

 

Y sí, esta vez cometí una locura. O no. Desde mi punto de vista, lo ideal en estos primeros meses de la temporada es ir cogiendo fondo, sin consumir excesivas fuerzas, pero también veo necesario tener un pequeño aliciente, algo diferente. Ese aliciente se llamó Abantos. Como sabéis, se trata de uno de mis puertos de montaña favoritos. Ocurre algo parecido a la Laguna Negra en Soria; no es el más duro, pero sí uno de los más bellos.

 

El principio, por San Lorenzo del Escorial, se hace bastante difícil, debido a los adoquines de las calles. Más tarde, las rampas se vuelven cada vez más complicadas, alcanzando porcentajes que a estas alturas podrían asustar. Por suerte, también hay un descanso intermedio desde el cual comienza el espectáculo visual de divisar al mismo tiempo Madrid desde la lejanía y el Monasterio del Escorial casi desde el cielo. Precioso. Para colmo, toda la carretera es estrecha, rodeada de árboles y vegetación. Ambiente bucólico para una ascensión de ensueño.

 

Ni corto ni perezoso, no sólo asistí sin vergüenza, sino también sin móvil ni agua. Las dos primeras cosas no tenían arreglo. La última, sí. Sólo había que parar un momento en la fuente que hay a mitad del puerto, para rellenar el bidón. Allí me despedí de un chaval muy majete, de Valdemoro, que también subía a Abantos, en este caso para ver a unos amigos en una competición de cross.

 

Recuerdo que la primera vez que realicé esta ascensión, allá por 2005, bajé exhausto esperando saciar mi sed en esa misma fuente. Media subida y media bajada deseándolo… para llegar y comprobar cómo unas vacas tomaban literalmente el sitio. Lo dicho, a veces los animales son más poderosos que los humanos. Si no, que se lo pregunten a alguno que iba un tanto temeroso este año en Cotos…

 

En esta ocasión, mis amigas las vacas debían estar escondidas en algún iglú, porque hacía una rasca considerable. Yo, con mi vestuario en plan cebolla, o multicapa, me protegía del frío como buenamente podía, aunque debo reconocer que mis dedos acabaron congelados. Tras las duras rampas del final, llegué al Alto de Malagón, donde había un grupo de ciclistas de montaña bastante simpáticos. Aquí ya había nieve, incluso también en la propia carretera. Es en este punto donde acababa la etapa de la Vuelta a España, y hasta donde yo solía llegar. Esta vez quería llegar más lejos. La pequeña pendiente de la carretera, bastante más liviana que en los tramos anteriores, y la belleza paisajística invitaban a seguir. Y así fue como acabé llegando a la verdadera cima al Alto de Abantos, en la frontera entre Madrid y Ávila. ¡Una pasada!

 

Seguí por tierras castellanas un rato más, hasta que decidí volver, más que nada por llegar a casa a una hora razonable. Era cuestión de bajar despacio. Hay algún tramo de tierra y bastantes socavones. Cada vez que voy, el firme está un poco peor. Se puede ir con bicicleta de carretera, pero la de montaña va siendo ya más recomendable. Me temo que esto seguirá así bastante tiempo, salvo que la Vuelta decida volver, porque en una época de crisis y recortes como ésta, no parece muy probable que se vayan a gastar el dinero allí.

 

Con estas preciosas etapas se cierra un mes en el que he disfrutado muchísimo del cicloturismo, con rutas tan dispares como la Dehesa de la Villa (Madrid); Quart de les Valls y Canet d’En Berenguer (Valencia); la Dehesa Boyal e Hinojosas (Puertollano), Cheste y Riola (Valencia); El Pardo y Abantos (Madrid).

 

Esta semana tocará salir por Valencia. Espero que haya unos cuantos Rodadores dispuestos a abrigarse para pasar un poquito de frío en la carretera. El Pico del Águila nos está esperando.


Última actualización 03/02/2012 23:30:48


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