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Brevet de Massamagrell 2014

La consagración de una de las grandes brevets

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Brevet 200 Massamagrell: la consagración de un Grande

14 - Abril - 2014 en cicloturismo

El pasado 29 de marzo tuve el placer de compartir la jornada del Doctorado en Cicloturismo de Julián Ramón. Tras sendas aventuras en 2013 en Pirineos, llegó su primera ciclomaratón.


29 de marzo. Seis de la mañana. Como otros años, después del madrugón, hay un compañero que me recoge en casa para acudir a la cita de Massamagrell. En esta ocasión, se trata de Julián Ramón, quien va a estrenarse como ciclomaratoniano. Atravesamos los pueblos situados en la antigua carretera de Barcelona. Llegamos al bar Massamagrell con tiempo suficiente para hacernos con las hojas de ruta y con las tarjetas en las cuales acreditaremos más tarde por medio de unos sellos que hemos pasado por los puntos previstos.

 

Si bien amenazaba la lluvia los días anteriores, las previsiones han mejorado y no nos ha caído ni una sola gota a lo largo de la aventura. No obstante, el viento ha hecho de las suyas, convirtiendo un día que podía haber sido nublado pero placentero en un auténtico suplicio a merced de los deseos del dios Eolo.

 

Las brevets son pruebas en las que reina el compañerismo, lejos de la a veces extrema competitividad que se esconde tras las, en ocasiones, carreras encubiertas denominadas marchas cicloturistas. Una de las diferencias es que se trata de evitar pelotones excesivamente grandes. Es por ello que se divide la salida en grupos de unos cincuenta participantes como máximo. Julián y yo hemos salido en el segundo y último (en total, hemos sido unos ochenta cicloturistas en esta edición).

 

La consigna es muy clara desde el principio. Debido a las circunstancias descritas en capítulos anteriores, mi nivel de forma es inferior al de años anteriores a estas alturas. En cualquier caso, ésta es mi octava ciclomaratón, y la decimocuarta ocasión en la que supero el umbral de los doscientos kilómetros. Además, cuento con experiencia en salir vivo de pájaras monumentales en más de una ocasión. Se unen, por tanto, todos los factores para hacer sin problemas de gregario de un gran amigo como Julián Ramón, quien se enfrenta a su primera ciclomaratón. Sus credenciales son precisamente las opuestas a las mías. Primera experiencia en estas lides, pero un estado físico probablemente superior al que haya tenido nunca. Pues bien, con la amistad que nos une, hemos decidido ir siempre juntos. Al principio, yo le ayudaría tanto como pudiera y, al final, si mi cuerpo no aguantaba el tirón, él me echaría una mano en caso de estar bien. Puedo ser mejor o peor, pero con el tiempo he desarrollado una capacidad tremenda para visionar las etapas antes de que sucedan, y en ésta, al menos, mi premonición se ha cumplido al cien por cien.

 

Hemos rodado con una cierta tranquilidad desde Massamagrell hasta La Vilavella. Mi preocupación consistía en tener integrado a Julián en el seno del grupo sin que tuviera problemas de exposición al viento en contra ni a cambios de ritmo a realizar en solitario. Al principio he tenido que echar una mano, pero después, a partir de Sagunto, he podido pasar unos kilómetros de transición, al final del grupo, por detrás de mi compañero, observando el paso de los kilómetros. A partir de Nules, he ocupado posiciones más delanteras, con objeto de evitar cortes. En el tramo entre La Vilavella y Betxí hemos rodado con calma, para no perder fuerzas innecesarias antes del primer punto de control, en una sección que bien puede minar las fuerzas tontamente a base de repechos que acaban pasando factura.

 

Poco antes de llegar a Betxí, nos hemos cruzado con Chelo y Jordi, quienes habían salido en el primer grupo. Nos hemos planteado la parada con tranquilidad. Para colmo, recién tomada la salida hacia Altura, Julián ha tenido a bien recolocar una bolsa de herramientas que se ha comprado para citas de esta envergadura; en lo cual hemos empleado un poco de tiempo. Empero, bien invertido, porque esto de pedalear espatarrado durante tantas horas no debe ser nada bueno.

 

Aquí ha comenzado mi segunda faceta de gregario. Esta vez, la del que da la cara frente al viento. Hemos ido lentos, a sabiendas que había grupos por detrás, y lo mejor que nos podía ocurrir era ser engullidos cuanto antes. Charlando a golpe de pedal, hemos pasado la Vall d'Uixó hasta ser alcanzados kilómetros más tarde por un pelotón mayoritariamente compuesto por ciclistas de Massamagrell. Por aquello de mantener un ritmo adecuado para Julián y que la cosa no se desmadrara, he optado por continuar al frente, de manera que no se llevara un ritmo endiablado en las subidas. Me venían a la mente escenas de la Brevet de 2013, con Dani, Pau, Chevi, Fernando y quien escribe dando relevos a tropecientos kilómetros por hora y no me explicaba cómo pude hacerlo. El caso es que hemos llegado a Sot de Ferrer en buenas condiciones y, a partir de Soneja, siguiendo la misma directriz que en Betxí, nos hemos relajado para guardar fuerzas. En este punto hemos alcanzado a nuestros compañeros Chelo y Jordi.

 

Una vez he tomado el desvío hacia la piscina de Altura, he escuchado un griterío tremendo dirigiéndose a mí. Mejor no transcribo las cariñosas palabras, porque no sería políticamente correcto. ¿Qué confianzas son ésas?, me he preguntado, hasta que tras girarme he comprobado que allí estaban grandísimos compañeros de Rodadores: Dani, Aurelio, Paco Martínez y Miguel Vila. Cabe destacar que Miguel, un nuevo fichaje, está mostrando un ímpetu, un espíritu y una capacidad de superación impresionantes. Mientras muchos Rodadores permanecían bajo las sábanas esperando a que lloviera al día siguiente, este jovencito recién llegado al ciclismo se ha animado a ascender el Pico del Águila por sus dos vertientes. Mucho ánimo, campeón.

 

Hemos almorzado en compañía de Domingo Santos, organizador de la Brevet. Desde aquí, mi enorme agradecimiento a una persona que año tras año se molesta en realizar las gestiones para que esto salga adelante con suma destreza y con el buen hacer de quien se preocupa porque la esencia de estas ciclomaratones no se pierda, logrando que cada año reine el compañerismo por encima de todo.

 

Hemos salido pitando. La consigna seguía siendo clara. Comer bien, pero sin entretenerse demasiado. Así tendríamos tiempo para disfrutar de una subida relajada al Pico del Águila. Y así lo ha sido. Hablando de nuestras cosas, el coloso de la jornada no ha parecido tanto. He arrancado al final para grabarle un vídeo a Julián llegando a la cumbre, con tan mala suerte de comprobar más tarde que andaba malgastando batería del móvil innecesariamente habiendo puesto en servicio sin querer (posiblemente toquiteando al tratar de coger alguna barrita) una aplicación para afinar instrumentos. Muy bien, si un ruiseñor cantaba, el móvil me diría en qué tono. Perfecto. Pero la aceleración final no ha servido para nada, básicamente porque el teléfono ha agotado sus fuerzas en busca de un "do, re, mi fa, sol la, si" continuo. ¡Qué gañán!

 

Tras un descenso hasta Olocau demasiado tranquilo a mi gusto, hemos llegado a la carretera de Llíria, donde hemos tenido la suerte de engancharnos a un pelotón bastante amplio formado por la Peña Ciclista de Sedaví. Poco a poco, los kilómetros han ido haciendo mella, y mis fuerzas así lo han reflejado. Mi premonición estaba cumpliéndose por completo, cosa que, llegados a este punto, no me gustaba demasiado. En la subida a la pequeña colina antes de Pedralba, han empezado a flaquear. No importa demasiado, he pensado, el avituallamiento está cerca. Refresco, barritas, conversación con Don Julián y, si me apuran, lectura de periódico incluida; el punto de control de este pueblo a la orilla del Turia es siempre básico para asegurar acabar vivo. A la salida del bar, nos hemos cruzado de nuevo con Chelo y Jordi. En la rotonda de salida de Pedralba, tras un repecho que sirve de circunvalación, perfectamente asfaltado, nos hemos topado con Dani y Aurelio, dos compañeros que nos han venido de maravilla en el tramo hasta Bétera.

 

Hasta Llíria, he continuado con buenas prestaciones, incluso enfrentándome al viento en numerosas ocasiones. A partir del paso por la capital del Camp de Túria, la cosa se ha complicado. Cada vez me costaba más y más seguir el ritmo. Cualquier aceleración se me hacía un mundo. He sacado fuerzas de donde no las temía para llegar en el grupo a la carretera que une Olocau y Bétera. Más tarde, sucesivos cambios de ritmo han estado a punto de dejarme KO. En parte por la colaboración de un grandísimo compañero como Dani, en parte por mi sangre fría, he aguantado unos kilómetros más; pero al llegar a los cuarteles, he preferido quedarme atrás antes de que mi cuerpo me dijera basta.

 

Tal como estaba escrito en la estrategia inicial, mi premonición se ha cumplido en toda su extensión, y en estos últimos kilómetros he tirado de testiculina, agallas y, dicho sea de paso, de la ayuda de Don Julián, todo un señor encima de la bicicleta (y bajo de ella también). La subida al Rossinyol me ha parecido más dura que Alpe d'Huez, no les exagero. Pero bueno, para esto sirven los entrenamientos. ¿Recuerdan ustedes lo que les contaba en capítulos anteriores? ¿El puerto de Mestanza en una etapa en la que ya de antemano estaba reventado antes de iniciar esta última ascensión y encontrarme al lado de casa? Pues bien, cosas así curten, hacen más fuerte la mente, te proporcionan mayor seguridad para retorcerte cuando no tienes nada más que mostrar que los últimos gramos de fuerza que te quedan. No sé muy bien cómo, pero he llegado al cruce de la carretera de Náquera a Massamagrell. El ciclismo consigue que saque lo mejor de mí.

 

A partir de allí, Julián Ramón, en una condición excelente, me ha echado una mano. El terreno era mucho más sencillo, salvo algún repecho puntual, y el objetivo estaba logrado, o casi. Con la ayuda de mi extraordinario compañero, y con la conversación más amena que puede uno mantener cuando anda destrozado, hemos llegado a Massamagrell. De broma, obviamente, le he planteado un sprint final, pero lógicamente he optado por mirar al Cielo y dedicarle esta pequeña gesta a quienes ya no la pueden ver y perdurarán por siempre en mi memoria.

 

Sentidos abrazos. Euforia incontenida e incontenible. Felitación a mi enorme compañero, a mi grandísimo amigo. No todos los días se acaba una ciclomaratón. Sé de buena fe que, la primera, sobre todo, tiene un sabor especial.

 

Ya en el bar, hemos tomado otro refresco y me he recuperado con más rapidez de la esperada. Enhorabuena también a Chelo y a Jordi. Con ellos, y con Julián, ya somos once los Rodadores que a lo largo de la Historia de nuestro club hemos participado en alguna ciclomaratón, junto a Moisés Orgaz, Diego Sanz, Daniel de Haro, José Luis Fernández, Pau Gil, Chevi García, Fernando Serrano y quien escribe.

 

En mi caso, muy satisfecho por haber completado mi octava experiencia aunque las circunstancias no fueran las más propicias. Un paso más de cara a los retos más complicados del año. La cosa avanza. La Irati y la Maratona me esperan.

 

 

 

 

 


Última actualización 22/04/2014 23:47:06

  1. 1. Brevet 200 Massamagrell: la consagración de un Grande
  2. 2. Brevet 300 Massamagrell: la consecución de un sueño (1ª parte)
  3. 3. Brevet 300 Massamagrell: la consecución de un sueño (2ª parte)
  4. 4. Fotos
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