14 de junio. Amanece en Ochagavía. Afortunadamente, no es necesario madrugar demasiado. Nos alojamos en un apartamento situado a apenas doscientos metros de la salida. Además, la marcha comienza a las nueve de la mañana. Todas las circunstancias confluyen en la gratificante sensación de apenas tener que recurrir al despertador, como sí ocurre con muchas otras marchas y ciclomaratones. Otro punto a favor de esta experiencia.

En cualquier caso, mi preocupación no reside en el sueño, sino en otros motivos que no merecen mayor explicación pero que pueden impedir mi participación. No obstante, desayuno como un día cualquiera antes de la cita señalada, uno de esos días marcados con una cruz, en negrita y cursiva si hace falta desde hace meses. Miguel Ángel, tan meticuloso como siempre, se prepara todos sus alimentos y potingues para afrontar la aventura. Axel y Chevi son más clásicos a la hora de comer, pero me quedo con el presi (#chevileyenda para los amigos) y las grabaciones caseras bailando la archiconocida y sobreexpuesta canción del verano, Happy.

Nos despedimos de Carlos, ¿quién sabe si de #carlosleyenda?, por unas horas. Bajamos al garaje, donde tenemos las bicicletas. Momento para disipar la gran duda. ¿Podré montar en bici? Sentado, sí, aunque con ligeras molestias. De pie, poquito. Y digo yo, ¿qué narices?, ¡a por ello!. Habrá que intentarlo. No sé hasta dónde llegaré, pero lo intentaré.

Nos reunimos con Julián, Luismi y Cento en la puerta de nuestra casa. Es hora de saludar a los compañeros, desearnos buena suerte. Lógicamente, se interesan por mi estado de salud y yo, con una sonrisa, les digo que adelante. Nos acercamos a la salida, entre las calles adoquinadas del pequeño y precioso pueblecito navarro, hasta llegar a la carretera que bordea el río Anduña a modo de travesía, el cual se une al Zatoia en el extremo sur de la población para dar lugar al Salazar. Momento destinado a las bromas, a los chascarrillos, a un breve calentamiento (en mi caso con Chevi, en dirección norte) y, por supuesto, a tomar esas instantáneas que pasarán a la historia. Por algo somos la expedición de pioneros con la casaca de Rodadores.

Pues sí, somos la primera expedición de Benicalap. ¡Todos a una! Nos posicionamos en la salida, dispuestos  a partir con cierta calma, conscientes de lo que nos queda por delante. Esta vez, además de la lógica espera para el protocolario corte de cinta, hemos de tener en cuenta que se celebra la Irati Txiki, con unos niños situados en la vanguardia del pelotón de la Irati para mayores. Lógicamente, me vienen a la mente pensamientos para el futuro. Todo se andará. ¡Nos dan la salida! El sueño ha comenzado. Desde noviembre del año pasado estábamos esperando esto. Tenía serias dudas de participar hasta última hora. De hecho, debido a problemas de salud, ahora tengo dudas de poder acabarla en condiciones. Será cuestión de recurrir a la testiculina. En todo caso, no vayamos todavía a la épica, cuando se puede disfrutar de rodar plácidamente detrás de unos niños los primeros dos kilómetros, sin prisas, de charla con tus amigos, sin pensar demasiado en la excitante sucesión de puertos de montaña y bellos parajes que vamos a visitar en el corazón de la Selva de Irati.

En cuanto llegamos a Ezcároz, la dulce fiesta se acaba. La Irati Txiki ha concluido. Bienvenidos a la realidad. Es hora de afrontar las primeras estribaciones de Jaurrieta, el inicio de la apasionante salvajada que nos espera. Momento de seleccionar un desarrollo cómodo que me permita subir sentado tanto tiempo como sea posible, con objeto de evitar molestias mayores y, sobre todo, de sentirme arropado por mis compañeros. Por suerte, ¿cómo no?, lo estoy. ¡A por ello!