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Viaje a los Alpes: el cumplimiento de un sueño. (5ª parte)

3 - Octubre - 2012 en cicloturismo

Crónica de la ascensión a Alpe d'Huez.


Estábamos en la Croix de Fer. Pere y yo, literalmente congelados. El reto de ascender semejante coloso bajo la lluvia ya estaba alcanzado. Ahora quedaba otro bien distinto, descenderlo. Le teníamos bastante más miedo a esto último. Subiendo, el propio esfuerzo acaba regulando mejor la temperatura corporal y la sensación térmica no es tan sumamente severa. Bajando apenas es necesario pedalear si uno no quiere, pero el frío en estas condiciones puede ser brutal.

 

Recuerdo una ocasión en la que me sorprendió un pequeño temporal entre Cotos y Navacerrada, en la Sierra de Guadarrama. Hice varios kilómetros entre la niebla, prácticamente escoltado por la benemérita. Tuvieron compasión de mí y no me multaron (¿qué otra cosa podía hacer yo sino avanzar en busca de un lugar más seguro?). Pues bien, la bajada de Navacerrada hacia Manzanares El Real fue tremenda. En realidad no hacía tanto frío, pero la humedad, el viento, la altitud... todos los componentes se iban sumando para acabar dándome la sensación de estar recibiendo a golpes una oleada de cubitos de hielo sobre mi maltrecho cuerpo. La experiencia de la Croix de Fer no prometía ser mucho más corazonadora.

 

 

Por suerte, el ser humano agudiza el ingenio y la caradura en situaciones extremas. Resulta que un servidor es tímido y reservado cuando no se le conoce, pero tan desesperado me encontraba en esta ocasión, que metí baza en una conversación entre gallegos. Ya habían acabado de tomar su refrigerio, y estaban dispuestos a bajar el puerto... ¡en autobús! ¡Sí! ¡En autobús! Ni corto ni perezoso, les pregunté si nos podríamos montar en su vehículo. Muy gustosos, accedieron a ayudarnos.

 

Se trataba de un viaje organizado entre varios clubes de Galicia. Eran de la zona de Vigo y alrededores. Todos los años, desde hace al menos una década, se juntan para hacer un viaje de este tipo. La base de la organización está dirigida por el Club Ciclista Traviesas. El autobús era el mismo que habíamos visto en la rampa más dura del Glandon, poco después del engañoso descanso después de Le Rivier d'Allemont.

 

La expedición de gallegos estaba formada básicamente por gente talludita ya en edad, salvo un chaval jovencito que subía como los ángeles. La mayoría de ellos iban acompañados de sus mujeres. Ellos hacen etapas en línea, sin volver al hotel. Se adecentan un poco al acabar, y comen con sus mujeres en plan picnic, aparcando el autobús en cualquier lugar apropiado para ello. Después, pasan la tarde juntos, y vuelven al hotel. No está nada mal. Así, año tras año.

 

Nos sentamos en la primera fila del autobús, tras el conductor, y gozamos de la hospitalidad de unas personas que nos acogieron con sumo agrado, para quienes nuestra gratitud siempre se quedará corta. ¡Nos salvaron de una buena! Entre anécdotas y demás, alguna disfrazada de chiste malo, al cual sólo Pere podía darle algo de sentido con su gracejo habitual, acabamos llegando a Allemond. Mientras descendíamos, tomamos consciencia de la magnitud de nuestra hazaña en el Glandon y la Croix de Fer. Cruzamos la travesía de Allemond, y los gallegos tuvieron a bien llevarnos a pie de puerto de Alpe d'Huez. Un detallazo.

 

Las nubes todavía acechaban amenazantes. El tiempo no había mejorado. Para colmo, el GPS del autobús parecía estar marcando las nubes que copaban el cielo. No creíamos que la tecnología hubiera avanzado tanto, pero llegó un momento en que lo llegamos a dudar. Había montañas enormes frente a nuestras narices, brotando en vertical desde el valle, con la ladera casi perpendicular cubierta en su práctica totalidad por nubes negras.

 

Tan agradecidos y emocionados o más como Lina Morgan al final de sus funciones, nos despedimos de nuestros amigos gallegos, una vez aparcado el autobús en un parking bastante espacioso a pie de puerto de Alpe d'Huez, en Bourg d'Oisans, junto a la carretera que une Grenoble con el Col du Lautaret.

 

Antes de comenzar la ascensión, llamamos a nuestros compañeros. Rober y Miguel Ángel habían decidido subir antes, con unas condiciones climatológicas adversas. También ellos habían recurrido a la épica.

 

 

Recibimos la sorpresa mayúscula cuando telefoneamos a nuestros amigos de Allemond. ¡Todavía estaban allí! Ni cortos ni perezosos, habían decidido esperarnos en la población donde nos habíamos separado a causa de la lluvia, como buenos colegas. Cuando bajamos, dentro de un autobús, lógicamente no nos distinguieron. Entre unas cosas y otras, Toni, José Luis y Cacaíto acababan de batir un récord histórico en el mundo del cicloturismo... ¡Cinco horas en un mismo bar! A eso le llamo yo paciencia. La suya, por permanecer allí a base de unos cuantos cafés; y la de los camareros, por soportar a unos ciclistas que bien podrían haber sido tomados por okupas si se hubieran hecho un implante de rastas.

 

Salimos en dirección Alpe d'Huez. Íbamos camino de la gloria. En su día, la alcanzaron Fausto Coppi, Joop Zoetemelk, Hennie Kuiper, Joaquim Agostinho, Peter Winnen, Beat Breu, Lucho Herrera, Bernard Hinault, Fede Echave, Steven Rooks, Gert-Jan Theunisse, Gianni Bugno, Andy Hampsten, Roberto Conti, Su Majestad Marco Pantani, Giusseppe Guerini, Lance Armstrong, Iban Mayo, Frank Schleck, Carlos Sastre, y Pierre Rolland. Debido a los repetidos éxitos de antaño, es conocida como la montaña de los holandeses. Bien podría podría ser adoptada también por los italianos. Sin embargo, aquel día 6 de agosto, Alpe d'Huez fue la montaña por excelencia de los Rodadores.

 

13.8 kms al 7.9%. ¡Casi nada! En cada una de las veintiuna curvas, en las que se homenajea a los ganadores de etapa en la cima en el Tour de Francia, la pendiente decrece considerablemente para dar paso de inmediato a otra rampa muy dura. Así sucesivamente. Una tras otra. Se trata de una ascensión curiosamente escalonada.

 

Pere y yo andábamos prácticamente en paralelo, codo a codo. Nuestros ritmos eran muy similares, aunque él se empeñara en decir que yo podía ir más y más. ¡Para nada! Además, era una gozada subir con un amigo de toda la vida.

 

Al principio, la climatología continuaba siendo amenazante. No llovía, pero el cielo estaba encapotado. ¿Qué más daba? ¡Estábamos en Alpe d'Huez! No teníamos la menor presión competitiva. Si algún paraje nos gustaba especialmente, nos parábamos por momentos, hacíamos la fotografía de rigor, y continuábamos la marcha. De vez en cuando, encendía la cámara de vídeo prestada por Paco, y protagonizábamos otro capítulo más de "Esto es épico Lorena".

 

 

Nos detuvimos en unos baños para cargar agua, enfrente del cementerio de Huez. Por suerte, todavía estábamos muy vivos, con fuerzas para seguir hasta la cima. Se divisaba la estación de esquí en la parte superior de la montaña. Pere y yo disfrutamos como enanos.

 

 

 

Poco a poco, se fueron sucediendo los kilómetros más duros, atravesamos la localidad de Huez, y llegamos a las últimas curvas. En la número 3, una de las dedicadas a Marco Pantani, paramos de forma obligatoria para rendir tributo a uno de los mejores escaladores que ha dado jamás la Historia del Ciclismo. Para colmo, Pere llevaba el pañuelo en la cabeza al más puro estilo Pirata. Bonito homenaje a uno de los más grandes.

 

 

 

Continuamos la marcha, y al fin llegamos a la estación de esquí. La rampa de llegada al poblado no era nada fácil. Allí estaban Miguel Ángel y Rober. Me emocioné. Poco más tarde, pasamos por la puerta del hotel. Desde el balcón de nuestra habitación, ahí estaba mi padre animándonos. ¡Increíble! ¿Se puede superar eso? Me hizo mucha ilusión.

 

El último kilómetro, transitando entre calles de la estación de esquí, no es excesivamente complicado. Paseo triunfal. Ya en la recta de meta, Pere y yo nos animamos a esprintar. ¡Habíamos conquistado Alpe d'Huez!

 

 

 

Fruto de un error con la cámara y de los ánimos de Toni, acabé protagonizando hasta tres sprints más. Acabé fundido de tanta exhibición... No sólo nos encontramos a Toni mientras volvíamos al hotel. También a José Luis y a Cacaíto.

 

 

Fue un gran día para todos. En mi caso, básicamente junto a Pere, os puedo asegurar que esta etapa, con el Glandon, y la Croix de Fer bajo la épica lluvia, con la hospitalidad de los compañeros gallegos, y con el placentero postre de Alpe d'Huez, ha sido una de las etapas más bonitas que he completado en toda una vida dedicada al ciclismo. ¡Gracias, Pere!

 


Última actualización 05/10/2012 0:51:31


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