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Marcha Siete Picos (segunda parte, desde las Peñas de Dios)

26 - Mayo - 2010 en cicloturismo

El anterior post lo he completado hasta las Peñas de Dios. Aquí, la parte final...


En el avituallamiento de las Peñas de Dios paré un momento para aprovisionarme de líquido. Me empezó a parecer curioso la de gente que había allí esperando. Algunos de ellos me habían visto anteriormente. Me preguntaban cómo estaba. "Jodido pero contento", les contesté con una sonrisa, y seguí la marcha. Poco después comprendí que esta gente formaba parte de los 105 ciclistas que acabaron retirándose. Como un cuentagotas, casi todo el mundo a mi alrededor se iba retirando, y me iban pasando en minibuses alquilados por los organizadores, en dirección a Requena. Yo lo tenía muy claro. ¡Ni por asomo me iba a retirar!

 

Seguí con la misma filosofía: llegar, llegar y llegar. Aproveché para estirar las piernas hasta Villar del Arzobispo, seguir comiendo, y rentabilizar cada una de las pedaladas, evitando hacer esfuerzos inútiles cuando el terreno era favorable. Si al final consumí unas 7000 kcal, no había que gastarlas pedaleando en descensos...

 

Entre Villar del Arzobispo y Chulilla (por el camino de Vanacloig) me sentí fuerte de nuevo. ¡Al fin! Esa sensación de maniobrar bien, de tener control de la situación, es crucial cuando estás a falta de tres puertos para terminar el gran objetivo. Pero, como en todo momento a lo largo del día, decidí no cebarme un ápice, y guardar fuerzas para lo que quedaba. Cuestión de experiencia y de tener las cosas claras.

 

En Chulilla sucedió el colmo de las desgracias: mientras estiraba para afrontar los últimos kilómetros, me picó una avispa, entre el brazo derecho y la espalda. ¡Bendita suerte la mía! Decidí no parar, salvo que el dolor me obligara totalmente a ello. Al acabar la marcha, tenía un bulto tremendo a causa de la picadura. Fue muy molesto, pero el dolor iba tan pronto como venía, y tuve la suerte de poder soportarlo.

 

Quedaban tres puertos. Imaginé que no había hecho nada hasta entonces y que, simplemente, estaba un poco cansado. Lo que restaba podía asimilarse a la famosa ruta por Puertollano-Brazatortas-Hinojosas- Puertollano. Y así me la imaginé.

 

Primer escollo: "Pico Chulilla", siempre conocido por un servidor como el puerto de Sot de Chera. 4 kms al 5.6%, con el segundo especialmente duro, al 7.6%. Un rosario de corredores por detrás al principio del puerto y tan sólo dos al final. ¿Me habían adelantado? No. Simplemente se iban retirando paulatinamente y se iban subiendo a los coches escoba. Yo tenía muy claro que no lo iba a hacer. Había llegado demasiado lejos como para quedarme a medias. El objetivo estaba cerca. Por cierto, algún día deberíamos volver a subir este puerto con la peña. Está genial.

 

Sinouoso descenso y nuevo avituallamiento en Sot de Chera. Curiosamente, los encargados de darlo eran Domingo, organizador de la Brevet de Massamagrell, y dos mujeres que cuñaban los sellos en esta misma prueba. Por supuesto, se acordaban de mí, y de mis estimados compañeros de fatiga: Diego y Moiso. Al verme toser, supieron qué es lo que ocurría. La dichosa alergia de las narices. Pero yo no iba a parar.

 

Era un órdago a grandes en toda regla. El mayor de mi carrera cicloturista. La retirada en La Yesa habría sido lo normal. Seguir era una locura, una insensatez, o una valentía algo desproporcionada. El tiempo lo diría. Las piernas funcionaban. La capacidad pulmonar, sin embargo, estaba notablemente reducida por una garganta seca y parcialmente obstruída. Para colmo, la nube de polen que me había vuelto a envolver en Sot de Chera, igual que había ocurrido en Tuéjar y Ahíllas, había tenido su efecto bien claro. Tos, tos y más tos. Todo ello, sin olvidar la picadura de la avispa. ¿Se puede tener más factores en contra?

 

No he pasado peor día sobre la bicicleta que mi retirada en los Degollaos de 2006, a causa de la fiebre causada por la dichosa alergia. Es fácil que estuviera subiendo Majalinos con 39ºC de fiebre. Tuve que echar pie a tierra a sólo un kilómetro de la cima, cuando no faltaban más de 20 kms a meta. Fue realmente duro. Un golpe atroz sobre mi mente. Entonces fue cuando me hice realmente fuerte para acabar ciertos retos. Sólo unas condiciones similares podrían conmigo. No quería que volviera a repetirse. Por eso me sentí tan orgulloso de acabar mi primera Quebrantahuesos en 2008. Los problemas de alergia, a base de vacunas, si bien no estaban superados, podían haberse paliado un poco. Me había impuesto a la enfermedad o, al menos, a sus consecuencias más salvajes. Acabar los Siete Picos era algo tan grande como esa primera QBH, o como la ascensión al Pico Veleta del año pasado, o a la Pedro Delgado de 2007, primera gran marcha con mayúsculas en la que participé.

 

El órdago estaba echado. Frustración tremenda por sucumbir ante los efectos de la alergia, o satisfacción tremenda por haberla derrotado. No había punto medio.

 

Penúltimo escollo: "Pico Chera". 10 kms al 3.2% por una carretera bacheada, de esas que tienen campos magnéticos, como dice Perico. No sé ni cómo pude subirlo. El caso es que puse mi ritmo, con bastante cadencia, y lo superé sin mayor problema. En esta ocasión, adelanté a mi último compañero de fatiga. Le animé, cada uno iba a su ritmo. No podíamos hacer otra cosa. Cuando me adelantó la furgoneta del avituallamiento de Sot de Chera, las dos mujeres de Massamagrell me iban animando como unas posesas. Ellas sabían lo que pasaba. Yo también. Esos ánimos fueron fundamentales en unos momentos tan duros.

 

Nuevo descenso. Alcanzamos Chera. Por suerte, la carretera mejora claramente su asfalto. No sé qué hubiera hecho si no... Último puerto: "Pico Requena". 6 kilómetros al 4%. ¡Dios! Yo no sabía cuánto duraba la ascensión. Pensaba que era más corta. Visualmente, estaba claro, había que cruzar la sierra. En esta ocasión, mi compañero de fatiga me adelantó a mitad del puerto. Yo no hice ni el más mínimo intento por seguirle. Sabía que el objetivo era llegar. Desconocía cuánto quedaba para alcanzar la cima y, para colmo, a los problemas respiratorios se unía la falta de líquido. Estaba a punto de la deshidratación. En estas condiciones, lo más inteligente era subir con cadencia, utilizando el desarrollo más fácil posible, 34*27, y muchísima serenidad.

 

Hubo varias ocasiones en las que pensé que el puerto estaba acabando. Pero no. Cabezazos a uno y otro lado eran toda una declaración de intenciones. La negación. La desesperación... Hasta llegar a la última recta. Tendría unos 400 metros. Estaba seguro que era el fin. Sabía que las piernas me respondían perfectamente. Mis problemas no estaban ahí precisamente. Así que, bajé piñones, y solté un demarraje digno de Alejandro Valverde, para acabar cuanto antes con la agonía. Antes de soltar el hachazo, el otro ciclista me llevaba unos 300 metros. Al llegar a la cima, apenas me aventajaba en 50 metros. Fue bestial. Sabía que estaba fuerte, que las dificultades venían por otro lado, pero que las acababa de vencer. Era tiempo para disfrutar.

 

Me pasó una furgoneta, ofreciéndome una botella de agua. ¡Perfecto! Un pequeño descanso de un minuto, avituallándome adecuadamente y... ¡de nuevo a la carga! Solté otro hachazo para neutralizar a mi compañero. Cuando le pasé, le indiqué que se pusiera a mi rueda, le felicité (seguro que había hecho también un esfuerzo brutal), y le dije que me siguiera. Anímicamente estaba en un estado superior. Después de la etapa de la semana anterior en Eslida, no podía ni creer lo que estaba haciendo. Y menos después de los vómitos de la noche del domingo. Y de la dureza de la etapa. Y del picotazo de la avispa, para más inri...

 

El reto estaba superado. Gracias a mi coraje, por supuesto. Pero, supongo, que más si cabe a la paciencia de mi padre como coche escoba en aquellas viejas etapas por la Serranía y el Rincón de Ademuz. Asimilar una marcha cicloturista de esta envergadura a una de esas rutas fue mi gran acierto. No sólo fue cuestión de valentía, sino de mucha serenidad, y de ser consciente de las limitaciones que tenía por la enfermedad. Era necesario volver al pasado, a esos felices inicios de la pasada década. A imaginar que mi padre estaba detrás, o delante, visitando los pueblos por los que iba pasando. Realmente me emocioné. No pensaba que fuera capaz de hacerlo. La paliza había sido monstruosa. Pero no hay nada que se me resista si realmente me lo propongo. ¡Lo conseguí! Llegué a meta. El sueño estaba cumplido. Me había sobrepuesto a todas las adversidades. Era una gran ocasión y, como tal, merecía aquella dedicatoria que suelo hacer en estos casos. Realmente, había sido lo que me había empujado desde La Yesa. Horas de sufrimiento para poder hacerlo. Mano derecha a los labios, un beso, y mirada al Cielo, señalándote allá donde estés. ¡Va por ti!

 

 


Última actualización 27/05/2010 23:26:10


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