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El placer de lo cotidiano

2 - Abril - 2015 en cicloturismo

Aunque parezca mentira, hay vida más allá de las grandes gestas y de los grandes puertos. Crónica de las rutas posteriores al viaje a Dolomitas.


El lector habitual de este blog ya lo imaginará. Ocurre en muchos ámbitos de la vida. Después de alcanzar la plenitud, ¿qué nos espera? Suele ocurrir que un alud de nostalgia acaba invadiendo nuestro espíritu como si no hubiera nada más allá de ese gran hito logrado. No es mi caso, al menos por esta vez. Los Dolomitas quedaron atrás. Magnífico recuerdo, ¡sí señor!, pero la vida continúa, y las historias se escriben con la pluma cargada de tinta, los cuadros con un pincel; y a la banda sonora de mi vida ciclista le quedan por componer muchas partituras. Empieza, por tanto, el capítulo dedicado al placer de lo cotidiano.

Siempre hay que buscar nuevos retos. El ciclismo, como la vida, es una continua en pos del afán de superación. No necesariamente deben ser muy complicados, simplemente deben ilusionar. En mi caso, tras superar la Brevet 300 de Massamagrell, la Irati Xtrem y la Maratona dles Dolomites, me planteo llegar a mi mejor marca personal en número de puertos ascendidos. Queda mucho año por delante, y voy con algo de retraso debido a la lesión del mes de junio. Además, en noviembre dejaré la bicicleta durante un tiempo. Debo realizar unos meses de julio y agosto casi perfectos. ¿Por qué no?

12 de julio. Vuelta a mis salidas habituales por Quart de les Valls. A los campos de naranjos, al rebufo de la Calderona, a la magia del Camp de Morvedre, al aroma a azahar. Cortesía de Fernando, acabo descubriendo una ascensión corta pero muy exigente: Santa Bárbara. Parece mentira que en lugares tan aparentemente llanos y cercanos al mar podamos encontrar lo que mis amigos denominan "vicentadas". Subida corta, pero muy exigente, a una pendiente media que ronda el 10%. El hecho de ser tan desconocida le otorga un carácter especial. En cuanto dejas atrás las calles de Faura parece que estés en un lugar recóndito de la civilización. Los últimos metros son realmente duros, pero nada que no se pueda subir con cierta calma montado en mi querida Ghost. Desde arriba se divisan las postrimerías de la Serra Calderona y la preciosa costa del Mediterránea. Mar en calma, mente tranquila para abordar una bajada en la que es aconsejable transitar con sumo cuidado para sortear los badenes que evitan los regueros de agua en días de copiosa lluvia, y camino del Castell de Sagunt. Ya en la capital de la comarca, importante emplazamiento en el Imperio Romano, afronto las rampas que conducen entre adoquines, calles antiguas, teatros y pinadas a uno de los símbolos más emblemáticos de su historia. Busco después el Camí Vell de Terol, para volver a casa por mi queridísimo Povitxol, el mismo que tanto me ha ayudado a superar El Muro de Azpegi en la Irati Xtrem o El Müur dl Giatt en la Maratona dles Dolomites, no sin antes dejarme caer por la Ermita de Sant Domene, a la salida de Petrés, o desviarme a Segart desde Albalat dels Tarongers.

13 de julio. Sí, señores, soy un enamorado de la Serra Calderona, lo reconozco. Es como si formara parte de mi ADN. Le guardo especial cariño a la zona cercana a Olocau, por ser éste el pueblo donde nació mi padre. Me desplazo a Geldo con el coche, una pequeña localidad cercana a Segorbe, dispuesto a disfrutar de la ascensión a Masía Tristán. El año pasado llegué al Pico del Águila desde la Finca El Gabacho, por un desvío muy anterior a La Morruda. Esta vez quiero llegar a la olivera milenaria para tomar el desvío a Masía Tristán. Afronto el inicio de la etapa con tranquilidad. El tramo de tierra de la subida a la masía exigirá mucho mayor esfuerzo, así que es cuestión de empezar con calma. A quienes sean ciclistas de montaña de toda la vida les pareerá extraño que escriba con tanta satisfacción acerca de un puerto que para ellos debe ser algo parecido al Oronet para alguien como yo, habituado a la carretera. Pero, ¿qué quieren que les diga? Me encanta. Hay que apretar los dientes, especialmente en el tramo intermedio, pero cuando llegas al cruce que a la derecha te llevaría al Pico del Águila, alcanzas una maravillosa pista forestal en la que te da tiempo a degustar lo que acabas de conseguir. Ahora sí, sin duda, en pleno corazón de la Serra Calderona, disfruto como un enano. Ya digo, el placer de lo cotidiano.

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14 de julio. Ya en Puertollano, pequeña ruta al puerto de Mestanza con mi bicicleta de carretera. Ya se sabe que es el más habitual en mis salidas, pero esta vez hacía nada menos que tres meses que no lo visitaba. La época de la alergia y la posterior lesión en el mes de junio han tenido la culpa. Por cierto, con el sillín en perfecto estado, tal como describí aquel oscuro affaire en uno de los primeros capítulos de la crónica del viaje a Dolomitas. No hay nada que quien te vendió la bicicleta no pueda descubrir. Por suerte, la dichosa cazoleta estaba allí.

15 de julio. Continúo a la caza de mi marca personal. Me desplazo a Almodóvar del Campo, a pocos kilómetros de casa, para ascender en tres ocasiones la exigente subida al Mirador de la Santa. La noche cae y yo apuro el tiempo como nadie. Horas antes, hace demasiado calor por estos lugares de Dios.

16 de julio. Una cosa es apurar la noche, y otra que casi acabes la etapa sumido en la misma. Esta vez en Cabezarrubias del Puerto, pequeña localidad en el corazón del Valle de Alcudia. En primer lugar afronto las duras rampas del Puerto del Mirador de Cabezarrubias, en pleno camino de la ruta de Don Quijote. Desde su cima se divisa Puertollano como algo cercano, dado que por caminos de tierra estás a sólo once kilómetros. De hecho, la vertiente opuesta es tremendamente dura, y de tierra. Tanto es así que por aquí la llaman "el Mortirolo", cosa que a mí me chirría, por respeto a las tierras conquistadas por Marco Pantani. Después de volver a Cabezarrubias, me dirijo hacia el puerto de Cabezarrubias propiamente dicho, mucho más largo y tendodo, en dirección a Brazatortas. Esta vez aprieto los dientes, para que me dé tiempo a llegar al coche antes de que acabe definitivamente el atardecer. Está muy bien esto de que en el centro de la península anochezca más tarde que en el este, por aquello de que Japón sea el Imperio del Sol Naciente. Sólo así se explica que pueda acabar una etapa pasadas las diez de la noche ante la atenta mirada de las viejas del visillo sentadas en sus portales para tomar la fresca.


Última actualización 29/04/2015 0:08:18


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